El espíritu de unión en Centroamérica ha estado presente desde la vida colonial. Antes de la Colonia hubo fronteras. Los límites precolombinos eran lingüísticos, antropológicos, culturales, marcados por la naturaleza misma. Los ríos, los valles y las mesetas ayudaban a recordar aquellas fronteras intangibles. Sin duda alguna, aquella geografía proveía recursos y demandaba un modo de organización política que se mantuvo en el sustrato de las nuevas fronteras marcadas por la conquista europea.
La Centroamérica de tiempos coloniales era llamada por la gente de su época Reino de Guatemala. Aunque el término era totalmente impropio expresaba diáfanamente una noción de unidad interna y a la vez una idea de separación con respecto del Virreinato de la Nueva España.
La Audiencia de Guatemala tenía carácter de Audiencia Mayor, esto le daba cierta autonomía. Al serle otorgado ese rango, también se le adscribía de manera directa al Consejo de Indias, máximo órgano político-administrativo durante la colonia.
El territorio sujeto a la jurisdicción de la Audiencia Mayor de Guatemala se extendía desde la frontera divisoria entre los actuales estados mexicanos de Chiapas y Oaxaca, hasta una zona próxima a lo que ahora reconocemos como frontera entre Costa Rica y Panamá. Esta extensión incluía, por supuesto, a San Cristóbal de las Casas, Tuxtla y la región del Soconusco. La Audiencia estaba subdividida en gobernaciones, alcaldías mayores y corregimientos. De manera que el Reino de Guatemala se constituyó como una unidad política, económica, cultural y social a lo largo aproximadamente de tres siglos.
Durante los años iniciales del siglo XIX, el Gobierno colonial se encontraba en pleno declive. Las luchas de poder entre las élites centroamericanas delimitaron dos grandes etapas. La primera va de 1811 a 1823, con la proclamación de la independencia y la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente. La segunda etapa comienza en 1823 y alcanza aproximadamente hasta 1840. En esta segunda fase, el reino se convirtió en república federal, siguiendo la estela revolucionaria e independentista de Francia y los Estados Unidos. Sin embargo, fue un momento de gran actividad bélica, se libraron numerosas batallas entre los Estados de Centroamérica por el control político de la región.
Para los años 1840 y 1841, la unión de repúblicas libre, soberana y moderna en Centroamérica pasó a ser un sueño. La república federal se fragmentó por completo. El último Estado en declararse independiente fue El Salvador.
Hacia la década que abre el año 1860, el momento de experimentaciones políticas había concluido. Las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII y el proceso de independencia de principios del siglo XIX habían producido este auge de innovación, su influjo se acaba precisamente a mediados del siglo. Los intentos de unión continuaron, pero ninguno dio lo suficiente para alcanzar una unificación madura, realista y beneficiosa para las mayorías.
No vale la pena forzar las lecturas del pasado con preguntas acerca de lo que pudo ocurrir: ¿qué habría pasado si Centroamérica hubiese permanecido unida como República Federal? Estudiosos como Héctor Pérez Brignoli han señalado la irrelevancia de estas preguntas, hasta cierto punto retóricas y poco productivas.
Lo que sí resulta útil es mirar las realidades, hacer balances sensatos sobre el recorrido histórico de las naciones de Centroamérica. Por ejemplo, la realidad de Costa Rica prueba que es posible construir un Estado con bases democráticas y amplio desarrollo social, aún con los múltiples factores de dependencia de nuestras naciones.
En efecto, entrado el siglo XX, el espíritu unionista recupera aliento. Comienza un proceso integrador de diferente naturaleza, con mucho más realismo político, impulsado por necesidades pragmáticas, como la creación de un mercado común regional.